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22 de marzo de 2014

El hombre y sus miedos

El hombre se crea sus propios miedos y problemas. A veces, parece que no es suficiente lo que hay, sino que debe haber algo más para crearnos más adversidades y tropiezos, y lo peor de todo es que la mayoría de las veces, nosotros mismos somos los que lo provocamos.


Recuerdo un relato que decía:

Había un pueblo oriental que desde años habitaba en un valle, bajo una montaña en la cual había una cueva que estaba vigilada por un temible dragón.
Sus habitantes se habían criado bajo el miedo de este temible monstruo, y estaban acostumbrados a protegerse años tras años de esta gran leyenda que desde los ancestros había sido parte de la historia del pueblo.


Muchos de los ancianos decían que el dragón había matado cientos de personas, que se las comía y que había quemado casas con el fuego que escupía de su enorme boca. 
El dragón fue siendo cada vez más temido en el pueblo, ya que debido a los rumores se decía que había crecido mucho, que ya no tenía una cabeza sino dos y que sus púas eran enormes al igual que sus garras afiladas.

Este enorme enemigo del pueblo, hacía que los habitantes contaran a sus hijos menores el cómo protegerse de el, que nunca debían ir a la montaña y mucho menos a su cueva y que si estaban delante de el, morirían.

Pero un día, un joven, lleno por su curiosidad y valor, decidió comprobar con sus propios ojos si los rumores y la historia de este terrible dragón eran ciertas y emprendió el camino hacia su cueva.
Sus familiares le decían que estaba loco, que no tenía motivo de hacer eso, puesto que todo el mundo sabía por la transmisión de generaciones cuan temido era esta bestia.
Pero el joven hizo caso omiso a su pueblo y se aventuró a ver por sí mismo, a este enorme enemigo.

Cuando el muchacho estaba delante de la cueva del dragón, estaba con su cuerpo casi paralizado por el miedo, sus piernas temblaban y sudaba mucho, su mente se bloqueaba diciéndole que diera marcha atrás, pero sin embargo empezó a dar pasos y a adentrarse en el interior de la cueva.

Cuando estuvo en lo más profundo, el joven encendió una antorcha y ¡¡sorpresa!!...ahí estaba el gran dragón, tendido en el suelo durmiendo sin que se percatara de la presencia del muchacho.

Pero, había algo que no era normal.....el dragón no era tan grande como todos decían, ni tenía dos cabezas, sino una. Sus púas no eran tan grandes y sus alas eran más bien pequeñas. Escupía fuego por su boca, pero apenas alcanzaban varios metros y su aspecto no era tan temido como todo el pueblo creía.

El muchacho, lleno de dudas, decidió salir de la cueva, pero como era de noche, se echó a dormir.
A la mañana siguiente, volvió a entrar y comprobó que el dragón estaba allí, pero despierto....pero cual fue su sorpresa, cuando descubrió que era todavía más pequeño que cuando lo vio anoche.
Apenas tenía púas, y sus alas eran cortísimas que ni podía volar. No escupía fuego por su boca y su rugido era más bien un chillido molesto....
Su apariencia no era ya de un dragón temible, sino de una especie de lagarto raro.

Comprobado todo, el joven salió rumbo a su pueblo y decidió mantener su boca callada, ya que sabía que si decía la verdad de lo que había visto, nadie le creería.

Con este relato comprobamos cómo el hombre hace nacer en los demás sus propias leyendas, sus miedos, sus problemas y adversidades en su camino.
Hay muchas cosas que pueden ser como todos dicen, pero no hay porqué basar nuestras vidas en cosas que nunca hemos experimentado por nosotros mismos.

Tu vida nunca debe basarse en la rutina existente en tu mundo, porque entonces dejará de ser tu propia vida y pasará a ser controlada por el entorno que te rodea.

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Autor: Ying Yang

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